Vacaciones


La playa. La verdad para quienes me conocen, saben que no me es muy grata.
Puede ser que por un par de días tenga su lado bueno, es cierto, pero al pasar los días pierde el brillo, como casi todas las cosas.
Me aburro, extraño mis cosas, mis sabanas, mi gente.
Siempre escucho como la gente se queja de la rutina, como las vacaciones son su escape y todas esas cosas, pero yo en particular disfruto de mi rutina, es extraño, pero me siento cómoda en ella, en realidad no es rutina, siempre tiene algo nuevo, algo menos siempre algo bueno.
La verdad no necesito escape, y cuando lo necesito generalmente este es el medio en el cual lo encuentro, no necesito nada más, es mi escape, mi desahogo, mi catarsis personal.
La gente ríe, juega, se divierte, las luces titilan hasta que el sol las reemplaza, abriéndose paso entre la neblina y encontrando su espejo en el mar.
Las olas chocan en la orilla y golpean las piernas de los bañistas que disfrutan de cómo la espuma y la arena juguetea entre sus pies. Yo, los observo desde el otro lado.
Las largas caminatas son lo único que me reconforta, lo que de alguna manera llena mis días.
No aguanto las ganas de volver a mi hogar, mi amada ciudad, a mi lugar, donde realmente pertenezco, donde mi gente me espera, donde el sol brilla alto en el cielo y cubre todo. Los días calurosos tirada en el piso frio para intentar capearlo, los helados de piña, las sonrisas amigas, aquel lugar donde cree mi felicidad desde abajo y donde la guardo, intentado con todas mis fuerzas que nadie la toque jamás.
Una semana es todo lo que me queda esperar, una semana, suena como nada, pero no es nada es algo, es tiempo, bastante tiempo.
Rancagua, espérame, ya vuelvo.