Capítulo VI: Nuevas Sensaciones


Los días siguientes pasaron sin novedad, exceptuando por los días en los que vi a Tomás por los pasillos del instituto y el me saludaba con un gesto o me dedicaba una sonrisa, y yo como una tonta bajaba la cabeza sin saber que hacer. Cuando esto ocurría mi cuerpo se comportaba de una manera increíblemente extraña, las rodillas volvían a temblarme, como en oportunidades anteriores cuando él estaba cerca, mis manos sudaban, mi estómago se sentía muy extraño, como si algo estuviera vivo dentro de el, supongo que eso es a lo que llaman mariposas, y mis mejillas se encendían tornándose de un rojo intenso, o al menos así las sentía yo.
Era jueves y mi pesadilla estaba por comenzar, no quería tener que verlo a solas, por que sabía lo que me pasaba cuando lo miraba, pero aún así me sentía ansiosa, era como si necesitara verlo, algo estúpido por supuesto, como podía necesitar a alguien que apenas conocía, alguien con quien solo había compartido breves momentos, pero por algún extraño motivo, lo necesitaba.
Caminé hacia la cafetería después de despedirme de Josh en la puerta del salón de francés. Caminar hacia el encuentro con Tomás se sentía como una marcha hacia un inminente destino, cada paso que daba resonaba en mi cabeza y me hacía sentir más nerviosa de lo que nunca antes había estado. Doblé por el pasillo y lo vi, estaba parado en la puerta de la cafetería mirándose los zapatos al parecer. Suspiré y me acerqué, deseando no caerme o algo por el estilo.

-Estás listo-dije con la voz un poco ahogada por el nerviosismo que me causaba su presencia.
-Por supuesto-dijo mientras guiñaba un ojo de manera coqueta.

Ese gesto me hizo derretirme. Tragué saliva sonoramente y abrí la boca para hablar, pero las palabras sencillamente no salían, como si estuvieran atrapadas en un lugar de mi garganta formando un nudo que me imposibilitaba expresarme. Volví a tragar saliva, casi dolorosamente esta vez, y me armé de la valentía para hablarle sin titubear.

-¿Viniste en tu auto?-pregunté con curiosidad y la boca seca por el esfuerzo que me requería hablarle, sin sentir el impulso de decir algo estúpido y fuera de contexto que arruinara toda mi serenidad y revelara mis sentimientos que tanto trataba de ocultar.
-No, la verdad es que lo dejé en casa, pensé que sería mejor que compartiéramos el tuyo-añadió junto con una gran sonrisa, esa sonrisa que me cortaba la respiración. Abrí los ojos como platos. El solo imaginarme tenerlo cerca, en mi auto, estando solos, me hacía estremecer-Si no te molesta claro-dijo poniendo cara de serio.
-Claro que no-las palabras salieron de mi boca antes que pudiera pensarlas. Tendría que tener cuidado, no podía evitar decir la verdad cuando estaba cerca de él y eso podía terminar jugándome en contra.
Caminamos juntos hacia el estacionamiento, siempre en silencio. Yo iba aferrada con las dos manos a mis libros y el llevaba una de sus manos en el bolsillo y la otra la utilizaba para afirmar su mochila.
El estacionamiento estaba repleto, había chicos por doquier. Hice un esfuerzo para llegar a la puerta del piloto de mi auto, ya que el auto al lado del mío estaba muy cerca. Tomás iba detrás mío, creo que no se dio cuenta que habíamos llegado al que era mi vehículo, ya que en vez de dar la vuelta para subir al asiento del copiloto, estaba a mis espaldas.
-Este es-dije indicando con la mano.
-Lo siento daré la vuelta-dijo sonriendo torpemente.
Miré como Tomás intentaba dar la vuelta por detrás, pero no lo logró, debido a que los chicos del vehículo siguiente bloqueaban la pasada. Dio media vuelta y se dirigió hacia mí.

-Creo que tendré que pasar por aquí-dijo algo nervioso.

El espacio era muy estrecho, por lo que tendría que pasar muy pegado a mí para lograrlo. La perspectiva de tenerlo tan cerca, me hizo poner nerviosa y mis palmas comenzaron a sudar.

-Claro-añadí, intentando ponerme de lado para ocupar menos espacio. Logré ganar un par de centímetros, pero no los suficientes para evitar que su cuerpo pasara rozando el mío. Con cuidado, se puso de lado también y caminó lentamente, pude sentir como su cuerpo se pegaba al mío, él era bastante más alto que yo, pero igualmente nuestros cuerpos se rozaban. Ese día hacía calor, por lo que el traía una palera de manga corta y yo una con tiritas, por lo que pude sentir su piel desnuda en contacto con la mía. Sin querer puse mis manos sobre su torso para evitar que me aplastara y pude sentir sus músculos a través de la ropa. M0rd’i mi labio inferior inconscientemente por el deleite que me causaba su cercanía. Tomás era un chico delgado, pero su cuerpo era muy atlético. Cuando me apoyé, el me miró de manera intensa y cautivadora, como si disfrutara tanto como yo ese leve contacto. A pesar de su altura, nuestros rostros se encontraban a pocos centímetros de distancia.
Esto me hizo sentir de manera muy extraña, más que de lo costumbre, jamás había sentido algo así. El me gustaba y mucho, eso estaba claro, pero no era solo eso, era más. Una extraña sensación de calor recorrió mis venas e hizo que me sonrojara, mi respiración se aceleró y pude notar que la de Tomás también. Y fue entonces cuando me di cuenta de lo que era esta nueva sensación. Yo deseaba a Tomás. Comencé a imaginar sus manos recorriendo mi piel, su boca en mis hombros, mi cuello, besando intensamente mis labios, dejándome sin respiración. Mi temperatura aumentó aun más. Mordí mi labio aun mas y el sonrío, lo que me hizo sentir muy avergonzada. Miré hacia abajo para ocultar la vergüenza gigante que estaba pasando y deseé con todas mis fuerzas que no se diera cuenta de lo que pasaba por mi mente.
Dio la vuelta al auto y se subió en el lado del copiloto. Cuando se sentó yo ya estaba adentro y con las llaves puestas en la partida. Lo miré de reojo mientras se abrochaba el cinturón y puse el vehículo en reversa para salir del estacionamiento, al principio me costó debido a la gran cantidad de gente que estaba allí, pero hice rugir el motor de manera que se dieran por entendidos que me pondría en marcha tanto como si ellos salían de mi camino o no.
Ya estábamos en la carretera camino a casa cuando Tomás giró su atlético cuerpo hacia mí.

-¿Has pensado en qué clase de canción presentaremos para el trabajo?-dijo claramente tratando de hacer que el viaje fuera algo menos incómodo, dado que hasta ahora habían sido 5 minutos de profundo silencio.
-No, la verdad es que no, no he tenido para pensar en ello-contesté sin quitar la vista de la vía-¿y tú?-pregunté de forma automática, como por reflejo.
-Estaba pensando en algo así como una canción romántica o algo de ese estilo, tengo algunas ideas, pero nada concreto-suspiró e hizo una mueca como de disgusto.
-Si, creo que es una buena idea-repliqué, aunque no me lo parecía mucho, lo menos que quería en este minuto era sentirme romántica cerca de Tomás.

El muchacho sentado en el asiento del copiloto sonrió debido a la aceptación de su idea o quizás por algo más. Giró su cabeza nuevamente para mirarme y sin pensarlo, me giré a mi misma para encontrar su mirada.
Nuestros ojos se toparon y aunque fue solo un par de segundos me pareció eterno. Una eternidad angustiantemente provocadora y que me encontré a mi misma anhelando cada vez mas.
Nos acomodamos nuevamente en nuestros correspondientes asientos y no volvimos a dirigirnos la palabra o la mirada hasta que llegamos a casa.

-Bueno, aquí es-dije mientras aparcaba el auto en la acera.
-Linda casa-dijo intentando ocultar su impresión.
-Gracias, pero no te sorprendas, no es nada fuera de lo común, solo es grande-dije tratando de hacerlo sentir menos intimidado por la gran casa que se alzaba ante nosotros-demasiado grande incluso para mi gustó-repliqué.

Apagué el motor y bajé del auto. Tomás hizo lo mismo.
Caminé hacia la entrada y pude sentir los pasos de Tomás detrás de mí, abrí la puerta y le hice un gesto de que pasara, ingresé la clave en la alarma y cerré la puerta tras nosotros. Lila salió a recibirnos.

-Hola cariño, ¿quién es tu amigo?-preguntó la amable mujer con notoria curiosidad por el muchacho que me acompañaba.
-Hola Lila, el es Tomás, es un compañero del instituto, está aquí para hacer un trabajo-le contesté- Tomás, ella es Lila, es nuestra ama de llaves.
-Mucho gusto-dijo Tomás extendiéndole la mano la cual Lila recibió cordialmente.
-¿Quieren algo de comer?-inquirió Lila.
-Más tarde quizás-repliqué-tenemos que apresurarnos si queremos terminar el trabajo hoy-dije observando el reloj en la pared.
-Está bien cariño, pero cualquier cosa me avisas-dijo mientras me regalaba una amplia sonrisa que hacía que se le marcaran las arrugas.
-Claro-agregué.
-Por aquí Tomás-le indiqué para que me siguiera.

Entramos en mi habitación, dejamos los bolsos en un rincón y nos sentamos en el sofá con cuadernos en la mano para anotar las ideas. Estuvimos en silencio mucho tiempo hasta que Lila llamó a la puerta.

-Cariño les traje unas galletas y algo de jugo-dijo dejando la bandeja sobre el escritorio.
-Gracias Lila, pero no era necesario-le dije haciendo una mueca de reproche.
-Lo sé Danielle, pero la verdad es que les traje algo ahora, ya que si lo piden más tarde no estaré aquí porque voy al supermercado, estarán solos u par de horas-dijo guiñándome un ojo. ¿Qué se supone que significaba eso?
-Solos…-repliqué tragando saliva sonoramente.
-No te preocupes, no será mucho tiempo-dijo mostrando una sonrisa picarona.
-Está bien-dije rezongando un poco-vuelve pronto.
-Adiós-dijo Tomás con una voz sumamente cordial.
-Adiós-respondió Lila. Escuché cuando Lila cerró la puerta de entrada y un escalofrío recorrió todo mi cuerpo. Tomás y yo estábamos solos.
-¿Puedo hacerte una pregunta?-inquirió Tomás.
Sin pensarlo me giré para observar su rostro y quedé hipnotizada por sus ojos.
-Claro-dije casi embobada por su mirada. Era patética la manera en que sus ojos me atrapaban como si una fuerza invisible me obligara a observarlos con detenimiento y perderme en ellos sin querer encontrar la salida
-No es que quiera ser entrometido ni nada de eso, pero la verdad es que me gustaría conocerte un poco más-dijo con esa sonrisa suya que me quitaba el aliento y la cordura-¿Vives con tus padres?-preguntó con verdadero interés.
-Solo con mi padre, mi madre murió de cáncer cuando yo tenía 5-contesté.
-Lamento oír eso-añadió con un poco de tristeza, como si hubiera tocado un tema delicado.
-No te preocupes, después de tantos años me es más fácil hablar de ello-dije para despreocuparlo-¿y tú con quien vives?-no lo dije por cortesía, de verdad quería saber todo sobre él, aunque sabía que esto me traería problemas a la larga.
-Vivo con papá hace tres años, mis padres se divorciaron hace 5 y mi madre volvió a casarse, y la verdad es que no me gustaba mucho el tipo, así que decidí irme a vivir con papá-dijo de forma madura, no podía creer que un chico de 17 años pudiera tomar las cosas con tanta sensatez, la única persona que conocía así era yo misma.
-¿Y tienes algún pasatiempo o algo así?-añadí.
-Si, me gusta tocar el piano y práctico natación-contestó con gusto. Ahora entendía de dónde sacaba esos músculos, esa figura perturbadoramente admirable, ese cuerpo tan atlético y deseable. Meneé la cabeza para sacar las ideas de mi mente.
-¿Y tú que haces?-preguntó con curiosidad.
-Yo toco la guitarra y compongo música-dije observando sus cautivadores ojos.
-¿Tocarías algo para mí?-me solicitó. Su mirada era dulce cuando realizó su petición y se mordió ligeramente el labio inferior como en forma de una juguetona suplica.
-Claro-dije. Me era imposible rehusarme a sus peticiones. Me levanté y tomé la guitarra, volví a sentarme en el sofá. Medité por un segundo lo que iba a tocar, y entonces recordé la melodía que había compuesto unos días atrás y comencé a hacer bailar mis dedos entre las cuerdas.
-Vaya eso es hermoso-exclamó cuando terminé de tocar-deberíamos usarla para el trabajo de música-dijo entusiasmado.
-Claro-dije contagiada con su entusiasmo.
-Mira que tal si tú tocas la guitarra, yo toco el piano y nos juntamos el sábado en mi casa para escribir la letra-dijo con una amplia sonrisa como si de pronto todo encajara.
-Me parece bien-asentí.
-Bueno, entonces si ya terminamos creo que debería irme.
-No, dije algo más alto de lo que debía-es decir, porque no comes de las galletas que nos trajo Lila, no querrás decepcionarla verdad-dije tratando de disimular las verdaderas razones por las que quería que se quedara. Me miró y sonrío ampliamente como si hubiera estado esperando que lo detuviera. Acaso era mi imaginación o yo le gustaba a él también. No eso no podía ser.
-Está bien, pero con una condición-dijo de manera traviesa.
-¿Condiciones?-pegunté extrañada.
-Quiero que me hables más sobre ti-dijo con su adorable sonrisa en el rostro-así que ¿qué dices?-parecía regocijarle la idea de conocerme, por alguna extraña razón sentía interés por mí.
-Está bien-dije rendida, seguía sin poderme rehusarme a él y creo que ya lo había notado.

Hablamos largamente, me preguntó por mis pasatiempos, mis amigos, mis gustos y yo hice lo mismo. El era tan fascinante, no podía creer que un chico tan guapo fuera también tan inteligente y tan profundo. Era como si cada una de las cosas que decía me inundara y me permitiera navegar entre sus pensamientos y su corazón. Sus palabras sonaban tan sinceras, como si tuviera total confianza en m’ y no tuviera miedo de mostrarse tal y como era, o al menos así lo percibía yo.

-Ultima pregunta y me voy ¿de acuerdo?-dijo dedicándome una media sonrisa. Hizo un gesto como si estuviera meditando que era lo mejor para preguntar hasta que pareció decidirse.
-¿Tienes novio?-dijo mientras me miraba fijamente a los ojos lo que me hizo sonrojarme.
-¿Para qué quieres saberlo?-dije poniéndome inmediatamente a la defensiva.
-Danielle, solo limítate a responder la pregunta por favor, no te me pongas difícil-añadió mordiéndose un poco el labio inferior lo que le dio un aspecto juguetón y seductor.
-No-dije mirando al suelo para evitar pensar en lo mucho que quería besarlo en ese momento, en lo mucho que sus labios me provocaban e invitaban a danzar en un interminable beso. En lo mucho que deseaba que él fuera novio.
-Es bueno saberlo-dijo como si lo que hubiera escuchado le hubiera sido muy agradable.

Quise interrogarlo, preguntarle acerca del porque de su aparente alegría por el hecho de que no tuviera novio, más sin embargo las palabras se tropezaban en mi mente sin firmar pensamientos coherentes.
-Oh- fue lo único que logré articular. Guardé silencio y no supe que más decir al respecto.

-Ahora de veras debo irme- dijo mirando la hora en su reloj y luego mirándome a mí. Su boca decía que debía irse, pero pude ver en su rostro que no quería marcharse, quizás tanto o más como yo quería que se quedara.
-Llamaré un taxi-dije con algo de decepción en mi expresión.

El taxi, para mi mala suerte, se demoró menos de 5 minutos en llegar. Acompañé a Tomás hasta la puerta, aunque lo que realmente quería hacer era perderme entre sus brazos y recorrer sus labios con los míos, descubrir su sabor, acariciar su lengua con la mía y enredar mis dedos entre su brillante cabellera.

-Bueno, creo que es hora de decir adiós-dijo Tomás suspirando.
-Si, creo que sí-dije con tristeza en la voz-supongo que nos vemos en el Instituto-añadí.
-Claro, cuento los minutos para volverte a ver-dijo sonriendo y manteniendo su vista fija en mí. Sus palabras me hicieron sonrojarme de manera extrema.

Me acerqué para besar su mejilla, concentrándome y diciéndome a mí misma que no hiciera nada estúpido. Estaba tan cerca de él que podía sentir su respiración, su perfume y el calor de su piel. Mis labios se acomodaron para besar suavemente su rostro, pero él se movió un poco por lo que mis labios rozaron la comisura de los suyos.
Se apartó de mí y se subió al taxi. Entré a la casa y cerré la puerta tras de mí. Toqué mis labios tibios aún por ese leve roce. Ya no podía negar más esa sensación, no podía negar lo que estaba ocurriendo, y la verdad es que ya no quería seguirlo haciendo. Yo estaba inequivocamente enamorandome de Tomás.




Capítulo V: Coincidencia

Inhalé exageradamente para recuperar la respiración. El muchacho comenzó a acercarse y sentí como la sangre subía a mis mejillas apresuradamente otorgándoles un color rosado intenso. Apartó la silla suavemente hacia atrás y se sentó tratando de no hacer ruido para no interrumpir la clase. Puso sus libros sobre la mesa y me dirigió una mirada curiosa. Yo estaba intentando con todas mis fuerzas mantener la fija vista en mi cuaderno, pero no pude evitarlo y le eché una mirada de reojo.

-Hola-dijo el muchacho dulcemente-creo que ya nos habíamos visto antes, ¿eres la chica del café verdad?-preguntó sin quitarme la mirada. Su tono de voz sonaba algo divertido, como si le causara alguna especie de gracia, que justamente se topara con la mal educada chica que rechazó su ayuda en el café después de aquel vergonzoso episodio provocado por mi torpeza.

- Si, lo soy-le respondí incómoda y bastante cortante, manteniendo mi mirada al frente en todo momento, exceptuando por las veces que le lanzaba miradas de reojo para comprobar si seguía observándome.

-Soy Tomás, Tomás De Martino-dijo dedicándome una amplia sonrisa que dejaba relucir su perfecta y brillante dentadura. Esto me descolocó un poco, pero supe mantenerme seria, sin soltar una estúpida risita nerviosa, de esas que las chicas sueltan cuando están frente del chico que les gusta y que las hace ver como descerebradas.

Me alivió un poco saber que no sería la única chica con un apellido fuera de lo común, pero esto no fue consuelo suficiente, ya que aún así estaba increíblemente nerviosa por su presencia, cosa que notaba en los acelerados latidos de mi corazón y la incesante sudoración de mis manos.

-Soy Danielle Dupont-dije por no dejarlo hablando solo, aunque sin mirarlo a los ojos-pero algunos de mis amigos me dicen Elle.

-Tienes un lindo nombre-agregó el en un tono increíblemente encantador y galante-creo que seremos compañeros de trabajo durante el resto del año-lo dijo como si le pareciera agradable la idea de compartir los proyectos de la clase conmigo a lo largo de todo un año.

-Creo que sí-dije haciendo una mueca de disgusto, aunque el chico no pareció notarlo, ya que siguió en actitud cordial.

-Que coincidencia esto de que seamos compañeros- dijo Tomás intentando crear un tema de conversación para llenar el vacío de silencio que se ­­había producido entre nosotros.

-Cierto- respondí mirándome las manos, como si pudiera encontrar en ellas la salida a esa incomoda situación o quizás simplemente buscando una excusa para no mirarlo a los ojos y perderme en su increíblemente fascinante color gris con un ligero matiz de azul.

Coincidencia, esto era de todo menos una coincidencia, el estúpido destino quería fastidiarme y no encontró mejor manera que esta para arruinarme la vida. Justamente poner al chico frente al cual pase una de las mayores vergüenzas, como mi compañero de clase y para mejor mi pareja de trabajo durante todo el año. Esto no me podía estar pasando. Qué le había hecho yo al destino para que quisiera fastidiarme de esa manera?

El señor Díaz comenzó a dictar su clase, y tuve al fin una excusa para no mirarlo sin ser descortés y mal educada. Traté de concentrarme, pero no lo logré. Cada cierto tiempo miraba a Tomás de reojo para comprobar lo que hacía, el solo prestaba atención a la clase y tomaba apuntes, así que intenté hacer lo mismo. El señor Díaz estaba hablando algo relacionado con la composición de música, pero no pude prestarle real atención, no con Tomás a solo unos centímetro de mí. Los minutos que quedaban se me hicieron eternos, hasta que por fin sonó el timbre. Me estaba levantando de mi asiento, cuando Tomás habló.

-¿Y qué día nos juntaremos?-preguntó mientras recogía sus libros y se disponía a salir del salón.

No entendía de lo que estaba hablando. Era como si estuviera hablando en otro idioma, ¿por qué habría yo de juntarme con el? Lo miré extrañada y confundida.

-¿Perdón?- le dije sin comprender aún a lo que se refería.

-El trabajo de música-dijo moviendo sus manos, lo que me distrajo un poco. Sus manos eran muy elegantes, tenía dedos largos, excelentes para la música.

-Ah, sí claro lo de música-dije tratando de cubrir mi falta de atención en clases-¿me explicas bien de que se trata?-dije intentando sonar coherente. Su presencia me turbaba de tal manera que las palabras parecían perder sentido.

Se río, dejando ver su increíblemente blanca dentadura, haciéndome perder la concentración. Sacudí ligeramente la cabeza para recuperarla y volver a poner atención en la explicación que iba a darme.

-Claro-respondió a mi petición-debemos componer una canción para la próxima semana y presentarla ante la clase-me explicó cortezmente.

-Oh, ya veo- agregué.

-Así que… ¿tu casa o la mía?- dijo mientras comenzaba a caminar hacia la salida del salón.

Lo seguí, pero siempre manteniendo la distancia. Tenía que evitar todo contacto con Tomás para lograr hacer desaparecer esa extraña sensación que parecía estar naciendo en mi interior, pero si era inevitable estar cerca de él, y no había nada que pudiera hacer para mantenerme alejada, prefería estar en un ambiente controlado por mí, donde nada pudiera sorprenderme o tomarme con la guardia baja.

-El jueves en mi casa-repliqué. Procurando mantener un tono de voz seguro y parejo, pero al mismo tiempo casual.

Nos detuvimos en la puerta del salón y me apoyé sobre una de las mesas para no perder el equilibrio, ya que mis rodillas perdían fuerza cuando Tomás estaba cerca y no quería volver a tener otro incidente vergonzoso como el del fin de semana.

-Entonces supongo que el jueves nos vemos después de clases en la puerta de la cafetería ¿te parece?-dijo mientras buscaba mi mirada con la suya, esperando una respuesta.

-Se... seguro-tartamudee.

Cometí el error de mirarlo a los ojos. La mano que tenía puesta encima de la mesa en forma de apoyo resbaló y estuve apunto de azotarme contra el suelo, pero Tomás alcanzó a atraparme poniendo su brazo alrededor de mi cintura. Su rostro estaba tan cerca, demasiado, tanto que nuestras narices casi se rozaban. Tenía que alejarme rápido, sin embargo no podía, quería quedarme así, en su cercanía. Nuestras miradas se encontraban juntas y no había nada que pudiera separarlas. Recorrí su rostro con mis ojos y me detuve en sus labios, los deseaba, deseaba su contacto, quería tenerlos cerca, presionando contra los míos. Cerré los ojos y me incorporé, alejándome rápidamente de él.

-¿Estás bien?-dijo realmente preocupado y con la respiración agitada.

-Si, gracias Tomás-pronunciar su nombre me hizo sentir de manera extraña, como si una corriente eléctrica recorriera cada fibra de mí ser.

Mordí mi labio inferior por los nervios. Di la media vuelta y me marché sin despedirme.

Fui al baño antes de que sonara el timbre para la siguiente clase. Abrí la puerta, solo había un par de chicas. Abrí la llave del agua y me mojé el rostro, para pasar la vergüenza. Creo que la gente podía notar en mi cara lo perturbada que estaba, ya que las chicas me miraban de un modo extraño. Me miré nuevamente en el espejo y lo vi, tenía los ojos sumamente abiertos y mis facciones estaban tensas como si estuviera en estado de shock. Inspiré profundamente y me relajé. Mi plan de no ir a los lugares donde pudiera encontrármelo era un fracaso, pero igualmente debía hacer algo para evitar que se acercara a mí, tanto como lo había hecho hace unos momentos.

El timbre sonó y las chicas salieron rápidamente del baño, me miré una última vez en el espejo y me comencé a hablarme a mí misma.

-Tu puedes-me dije-no dejes que uno estúpido chico te cambie la vida-intenté sonar lo más segura y determinada posible. Tomás no podía hacerme actuar así, yo no era así, yo era mejor que eso.

Abrí la puerta y me dirigí a la clase de historia. Clarice me guardaba un asiento junto al suyo, me hizo una seña para que me acercara.

-¿Estás bien?-me preguntó

-Si claro, ¿por qué lo preguntas?-le contesté confundida y un poco a la defensiva.

-No lo sé, parece que hubieras visto un fantasma o algo así-dijo divertida por mi expresión.

Le sonreí amablemente e intenté formular una respuesta que sonara convincente.

-Estoy un poco cansada, eso es todo- mentí para ocultar la realidad de lo que acababa de ocurrir entre Tomás y yo.

No quería comentar con nadie lo que fuera que me estaba ocurriendo, ni siquiera con mi mejor amiga. Me sentía algo avergonzada de mis reacciones y no quería que nadie lo supiera. No es que le tuviera poca confianza a Clarice, sabía que ella lo tomaría de la mejor manera e intentaría aconsejarme, pero no estaba preparada para revelarle mi secreto a nadie por el momento

-Pero dime, ¿qué es lo tanto que tenías que contarme?-dije cambiando rápidamente de tema.

La profesora de historia se estaba tardando, así que todos los chicos de la clase aprovecharon el tiempo extra para ponerse al día. Las chicas conversaban mayoritariamente de sus vacaciones y los lugares que habían visitado, en cambio los chicos hablaban de las fiestas a las que habían asistido y de las muchachas que habían conquistado.

-Recuerdas que te dije que Josh y yo saldríamos de vacaciones con sus padres este verano, bueno lo hicimos, y fue fantástico, fuimos a la playa y al parque de diversiones. Visitamos muchísimos lugares y no tuve ningún problema con la familia de Josh, ellos sabían que él estaba enamorado de mi hace ya un tiempo y lo único que querían era vernos juntos, así que todo fue de maravilla-dijo Clarice muy rápido casi tropezándose con las palabras y aún entusiasmada por todo lo que había hecho en el verano.

-Vaya, eso suena divertido-agregué con una sonrisa sincera.

-Pero eso no es de lo que quería hablarte, lo que pasa es que…-dijo agregándole suspenso a las últimas palabras. Su rostro parecía tener dudas acerca de lo que quería decir, como si no fuera correcto o dudara de mi confianza.

-Clarice tu sabes que puedes confiar en mí, puedes contarme lo que sea-musité tomando su mano para que comprendiera que yo era verdaderamente su amiga y que siempre estaría con ella.

-Lo sé, Elle, tu siempre has sabido entenderme-replicó con voz de ternura y agradecimiento.

-Bueno, entonces, que es lo que querías decirme?-pregunté con muchísima curiosidad, acercándome a ella para ser partícipe de su secreto.

-Bueno Josh y yo, dimos un paso más allá en nuestra relación-dijo mirando al suelo.

-¿Acaso ustedes durmieron juntos?-dije casi en susurros, como si lo que estuviera diciendo fuera un tema prohibido.

-No, claro que no, al menos no aún-dijo con las mejillas al rojo vivo.

-¿Aún?-le pregunté frunciendo el ceño.

-Bueno, cuando me refiero a que avanzamos, hablo de que llegamos a tercera base-dijo bajando la mirada nuevamente con un aspecto ligeramente avergonzado.

-Guau, eso es bastante-dije asintiendo-¿acaso piensan en avanzar más?-le pregunté un poco sonrojada también.

-Bueno, lo hemos discutido, pero esperaremos un poco más-dijo Clarice mordiéndose las uñas.

-Mira, yo sé que no tengo experiencia en esto, pero creo que deberías esperar, y si decides no hacerlo, bueno, entonces, lo único que puedo decirte es que tomes precauciones-le dije en un tono un tanto maternal.

-Lo sé, gracias- dijo dedicándome una pequeña sonrisa-y gracias por escucharme, necesitaba hablar con alguien al respecto-dijo ampliando su sonrisa aún más.

-Cuando quieras, para eso están las amigas-le dije respondiendo su sonrisa. Aunque sonara como un cliché era verdad. Clarice era mi amiga y no la iba a dejar de apoyar bajo ninguna circunstancia, pero aun así me preocupaba e intentaba manifestarle siempre mi opinión y darle mi consejo, el que la mayor parte del tiempo ponía en práctica, ya que mi amiga siempre decía que a pesar de pasar la mayor del tiempo sola, tenía una madurez y una sabiduría exagerada para mi edad. Yo no lo consideraba de esa manera, pero quizás tenía razón, el hecho de no tener a mi madre conmigo y tener a mi padre fuera de la ciudad casi todo el tiempo, me hacían tener una perspectiva distinta de las cosas, y si eso era considerado madurez, quizás yo era una persona madura.

Su expresión cambió de agradecimiento a ternura y estiró sus brazos para rodearme con ellos. Le respondí el gesto.

La secretaria de la escuela entró y anunció que la profesora no podría llegar debido a un problema personal, pero que había dejado de tarea la lección 2 del libro de historia y que ella vendría a retirarla al final de la clase.

Abrí el libro y comencé a trabajar, pero me era muy difícil concentrarme, solo podía pensar en Tomás y lo cerca que había estado de él.

Terminé la tarea y cerré el libro, saqué mi reproductor de música, y le subí el volumen, para aislarme del resto de la clase.

Sentí cuando Clarice me tocó el hombro y me quité los audífonos.

-Sonó el timbre-dijo mi amiga.

Le sonreí y me levanté del asiento para entregar la tarea.

-¿Estás segura que estás bien?-me preguntó preocupada.

-Si, por supuesto-dije dudosa. No importaba cuanto insistiera, no le revelaría a nadie mi secreto.

El resto del día se pasó volando, estaba tan sumergida en mis pensamientos que no noté lo rápido que pasaron las horas.

Caminé rápidamente hacia mi vehículo y me monté en él, de manera de poder llegar rápido a casa. Conduje velozmente a través de las calles de la ciudad, hasta llegar a la gran casa de color blanca, que llamaba hogar.

-Hola Lila-dije al entrar.

-Hola cariño, ¿cómo ha estado tu día?- preguntó la amable mujer.

-Bien, gracias-mentí descaradamente.

Subí a mi habitación y puse el bolso sobre el escritorio.

Me tendí sobre la cama y me quedé unos minutos así tratando de examinar la situación, tratando de separarlas en hechos y no emociones, tratando de negarme a mi misma lo que estaba pasando.

Saqué las cosas del bolso para hacer la tarea, la que no me tomó mucho tiempo. Cuando hube terminado tomé a guitarra y comencé a mover mis dedos, tocando una melodía que jamás había escuchado antes. Me sentía inspirada, tomé un lápiz y escribí la música para no olvidarla.

-Cariño baja- escuché a Lila decir desde la planta aja.

Hice caso y descendí rápidamente por las escaleras. Me dirigí hacia la cocina que era donde usualmente solía estar.

-Dime Lila-le dije con la respiración un poco entrecortada por la carrera desde mi habitación hasta la cocina.

-Es hora de cenar cariño, preparé carne a la cacerola con arroz, como a ti te gusta-dijo mientras servía los platos-siéntate-me ordenó de manera amable.

Me senté en la barra de la cocina y esperé mientras servía. Se sentó frente a mí y abrió la boca para hablar.

-Sírvete- replicó mientras tomaba el tenedor.

Tomé el tenedor y me llevé un bocado a la boca.

-¿Puedo hacerte una pregunta, Lila?- dije moviendo el tenedor en el aire.

-Por supuesto cariño, las que quieras-dijo dedicándome una sonrisa que me inspiró confianza.

-Mira, veras, tengo una amiga-mentí. No importaba cuanta confianza me inspirara la sonrisa de Lila, no estaba lista para revelarle a nadie mi situación-ella conoció a un chico muy guapo y bastante agradable, pero este chico la hace sentir extraña, como si las rodillas le temblaran, su corazón se acelera y se paraliza, le cuesta respirar cuando esta cerca y cuando la ira se pone toda colorada, el problema s que mi amiga no está segura de lo que le está pasando, ¿Qué crees tu que sea?- le pregunté mientras torcía mi boca en una mueca.

-Bueno mi niña-dijo algo divertida-yo creo que tu amiga-hizo énfasis en la palabra amiga-está totalmente prendada de este muchacho, le gusta mucho y está al borde de comenzar a enamorarse-dijo son gran sabiduría.

-Eso era lo que me temía-dije en un murmullo solo audible para mi. Tenía una cierta idea de lo que me estaba pasando, pero me negaba a aceptarlo, sin embargo al escucharlo de los labios de Lila, todo se hizo más real.

Tomás me gustaba, más de lo que cualquier chico lo había hecho antes, más que un capricho adolescente, estaba a punto de enamorarme de él, y tenía que evitarlo a toda costa.

Capítulo IV: El primer día

La oscuridad me tenía atrapada, sus manos me sujetaban con fuerza y no me dejaban ir. De repente una luz comenzó a acercarse a mí, y de pronto todo se volvió muy claro, pero la oscuridad aún se negaba a dejarme escapar. De la brillante luz apareció una mano, y la tomé sin dudarlo. La mano me tiró con fuerza hacia el resplandor, ganándole a la oscuridad aterradora que me envolvía. Mis ojos estaban cerrados, tenía miedo. De pronto la figura salvadora, me rodeo con sus brazos haciéndome sentir segura. Abrí los ojos para ver el rostro de mi ángel salvador, unos hermosos ojos grises me detuvieron la respiración. El rostro angelical comenzó a acercarse más y más, tan cerca que podía oír su respiración, y entonces el ángel comenzó a desvanecerse.
-No- grité, mientras intentaba a buscar la figura angelical a mí alrededor.
Puse mi mano derecha en mi frente y la izquierda en mi pecho. Mi frente estaba empapada en sudor y a través de mi pecho podía sentir mi corazón desbocado. Había sido un sueño, solo un sueño, un estúpido truco de mi inconsciente para molestarme, solo era eso, solo un sueño.
El reloj marcaba las 4:39 de la mañana, el despertador sonaría en algo más de una hora, pero después de ese sueño me sería imposible volver a dormir.
Me levanté y caminé hacia el baño arrastrando mis pies de manera sonora. Busqué en la oscuridad el interruptor y presioné. La luz me golpeó en la cara y me hizo hacer una mueca debido al cambio repentino de la oscuridad a la claridad, de a poco mis ojos comenzaron a acostumbrarse y cuando lo hicieron ingresé al baño, me miré al espejo y vi las ojeras debajo de mis ojos, ya llevaba un par de días sin dormir bien y mi rostro tenía un aspecto horrible. Abrí el agua helada y me lavé la cara con ella para ver si así conseguía un mejor aspecto, a parte de tener los ojos más abiertos y mi cara se veía casi igual. Desenredé mis cabellos con los dedos para darle una mejor apariencia.
Hice la cama y me senté sobre ella, tenía tanto que pensar. Me era imposible ignorar lo que estaba sucediendo, mi mente no dejaba de divagar entre las imágenes de mi sueño y los recuerdos del chico en la cafetería, sus ojos penetrantes y cautivadores, el leve roce entre su mano y mi codo, su sonrisa que me derretía el corazón.
-Detente ya- me dije- tienes que dejar de pensar en él-decía mientras me fregaba las sienes con los dedos-Para, por favor, para-dije con un dejo de sufrimiento en la voz.
A donde quisiera que se dirigieran mis pensamientos terminaban en él y sus ojos. Suspiré de manera sonora. Todo estaría bien si no lo volvía a ver, eso era lo que debía hacer. Hice un plan, no visitaría más esa cafetería ni frecuentaría las calles aledañas a ella. No podía ser tan difícil, vivía en una ciudad grande, quizás nunca más volvería a topármelo, quizás el chico no era de aquí y solo estaba de paso, yo nunca lo había visto antes, si probablemente estaba de visita en la ciudad, y si no era así, volví a desesperarme.
-No- me repetía a mi misma en voz alta-si evitas esos lugares estarás bien-intenté convencerme de esto aunque mi voz no sonaba segura-además si es que vive en la ciudad las posibilidades de volver a verlo eran casi nulas-algo de nostalgia recorrió mis pensamientos.
Me puse de pie y me dirigí a la estantería, quería leer algo, pero no el libro que estaba en mi mesa de noche, no quería algo que me sorprendiera, quería algo de lo que supiera el final, algo familiar, algo que me reconfortara, algo que me recordara la persona que solía ser antes del incidente de la cafetería.
Tomé una compilación de cuentos de Poe, busqué entre las páginas y seleccioné El corazón delator, esta clase de relatos no tenían nada de amor, era perfecto.
El relato me distrajo, me gustaban las historias de terror, especialmente las de Poe tenían algo que te hacía adentrarte en la historia, algo cautivador.
Pasé varios cuentos y de pronto sonó el despertador, el que me hizo dar un salto por el susto, no era una buena idea leer relatos de terror y dejar la alarma encendida. Eran las 6:10, hora de levantarse, o más bien de tomar una ducha en mi caso.
Dejé el libro a un lado y no me importó marcar las páginas, probablemente no seguiría leyéndolo, solo lo utilizaba para distraerme. Caminé hacia el baño y abrí el agua caliente de la ducha, me quité el pijama y lo puse sobre el la tapa del retrete, me metí bajo la regadera, el agua me quemó la piel, así que la regulé un poco para adecuarla a mi temperatura corporal. Dejé el agua correr sobre mí más tiempo del necesario, era relajante sentir las gotas deslizarse por mi piel desnuda, recorrer mi cuerpo con delicadeza y darme un tibio abrazo.
Cerré el agua, no quería llegar atrasada el primer día de clases de este nuevo año escolar. Salí de la ducha y me envolví en la toalla, la fregué contra mi cuerpo para secarlo y luego envolví mi cabellera con ella.
Me amarré la bata por la cintura y salí descalza del baño para encontrar algo que ponerme, me puse una camiseta de tirantes negra y tomé un sweater rojo con gorro y un gran escote que dejaba ver la camiseta negra, tomé unos jeans oscuro y me los calcé. Aún descalza volví al baño y me desenvolví la toalla para secar mi cabello. Cuando estuve lista me puse zapatillas y bajé para desayunar. Cogí un bol, cereales y leche, y me los tragué en algo así como 5 minutos. Subí a mi habitación y puse unos cuadernos y lápices en un bolso café que había dejado afuera para llevar a la escuela. Fui a abrir las cortinas para que la habitación quedara lista y algo me sorprendió por el horizonte.
-El sol-grité entusiasmada. El sol estaba saliendo por entre las montañas y en el cielo no había ninguna nube que pudiera opacarlo. Esto era fantástico, por fin algo bueno en estos días, por fin una señal positiva. Me sentía animada, las cosas saldrían bien, todo mejoraría.
Miré el reloj, eran las 7:32. Debía salir pronto o llegaría tarde a clases. Bajé las escaleras casi corriendo y tomé las llaves que estaban en la mesa, junto la entrada. Salí por la puerta de la cocina y le eché el cerrojo por fuera. Utilizaba mi auto muy pocas veces, me gustaba manejar, pero a mi papá le parecía un poco inseguro, así que solo lo utilizaba cuando el no estaba vigilándome o estaba de viaje, como en esta oportunidad. Mi auto era un mini Cooper color marengo, bastante ostentoso, pero era de los pocos lujos que me daba, me gustaban los autos, algo no muy usual para una chica, pero yo no era muy usual que digamos tampoco. Me monté en el coche y manejé rápido hacia la escuela, otra de las razones por las que a mi padre no le gustaba que manejara, me molestaba la lentitud, por lo que siempre manejaba al límite de velocidad y a veces por sobre él, era algo irresponsable de mi parte, pero yo era una persona muy impaciente.
Llegué a la escuela en 20 minutos, estacioné el auto en el aparcamiento. Aún no había llegado mucha gente así que busqué entre los discos que tenía en la guantera y seleccioné uno, era el último de una banda llamada Kings of Leon, lo puse en la radio y le subí el volumen lo bastante alto como para quedar aislada de todo lo que pasaba a mi alrededor. Yo era de esas personas que creía que si la música no sonaba alto, no se podía disfrutar realmente.
Apoyé mi cabeza en el asiento, cerré los ojos, acomodé mis manos sobre mi regazo y comencé a golpear mi pie contra el suelo del vehículo para seguir el ritmo. Un golpe en la ventana hizo que me sobresaltara. Las personas afuera de la ventana soltaron una risa al unísono, reconocía ese sonido, me era tan familiar.
-Angélica, Cristián-dije mientras bajaba la ventanilla del vehículo-no saben como me alegro de verlos-dije esbozando una sonrisa y entrecerrando los ojos.
-Vaya chica, te ves terrible-dijo Cristián, mientras Angélica le daba un codazo.
-Lo sé-dije haciendo un puchero con mis labios-no he dormido muy bien.
-Pero abre la puerta-exclamó Angélica-no puedo abrazarte a través de la ventanilla-dijo mientras abría los brazos para mí.
Apagué el radio y me bajé. Angélica puso sus brazos alrededor mi cuerpo y yo hice lo mismo.
-Te extrañé mucho-murmuró en mi oído.
-Yo también te extrañé- dije cariñosamente.
-¿Y el mío?- dijo Cristián en forma juguetona.
-Aquí está- le dije y me abalancé sobre él para darle un fuerte abrazo. El chico respondió apretándome aún más fuerte.
-Eso duele-dije con la voz un tanto ahogada.
-Lo siento-dijo Cristián mientras se rascaba detrás de la cabeza-a veces no controlo mi fuerza.
-Ya lo creo-le dije fregándome el brazo-cuanto has crecido muchacho, si sigues así tendré que subirme a una escalera para mirarte a la cara.
Puso los ojos en blanco y contestó-no te preocupes, yo me agacharé pequeña-añadió una sonrisita burlona a su comentario. Esbocé una sonrisa también.
Puse la alarma al auto y caminé junto a ellos al edificio principal.
-Tengo mucho que contarte- me susurró Angélica al oído. Le dediqué una mirada curiosa.
-Tranquila-dijo guiñando un ojo-en clase de historia te cuento.
Llegamos al edificio blanco y nos paramos afuera. Los chicos se tomaron las manos y se dieron un beso, miré hacia un lado sintiéndome un tanto incómoda.
Cristián se fue en dirección al edificio norte y Angélica y yo caminamos hacia clases. Dejé a Angélica afuera de la sala de Matemáticas y yo me dirigí hacia mi clase de música. Me senté en el tercer banco de la fila del centro, algunos chicos ya estaban sentados, pero el timbre no sonaba aún. Música era una de mis clases favoritas, pero no disfrutaba la primera clase del año ya que era el día en que teníamos que elegir una pareja de trabajo, la que nos acompañaría el resto del año, siempre quedaba sin pareja ya que el número de chicos era impar. No me molestaba trabajar sola, pero me sentía algo mal cuando todos los chicos elegían a alguien y yo siempre quedaba última.
El timbre sonó y los chicos empezaron a entrar. Solo escuché el portazo que dio mientras el señor Díaz cerraba la puerta. Saqué un cuaderno y comencé a hacer dibujos al azar mientras el señor Díaz pasaba pedía que hicieran parejas, quedé sola, como siempre. Seguí dibujando mientras el señor Díaz pasaba la lista. Escuché la puerta del salón abrirse, pero no le presté atención, estaba demasiado concentrada en mis pensamientos. Los chicos comenzaron a murmurar y de pronto el señor Díaz anunció que un compañero nuevo trasladado desde otra ciudad se integraría a la clase.
-Preséntate-dijo el señor Díaz
Mi lápiz rodó por la mesa y me agaché para alcanzarlo.
-Hola, mi nombre es Tomás, y soy nuevo en la ciudad- dijo el muchacho.
Tenía el lápiz entre los dedos, pero aún estaba agachada. Mi corazón se detuvo al escuchar esa voz familiar. Me levanté rapidamente y golpee mi cabeza contra el banco, me enderecé para comprobar mis sospechas.
Miré hacia el frente y lo vi.
-Esto no puede estar pasando-dije en voz baja.
El señor Díaz le indicó el asiento junto al mío. El chico miró la silla vacía y luego me miró dedicándome una sonrisa juguetona que detuvo mi respiración.