Capítulo V: Coincidencia

Inhalé exageradamente para recuperar la respiración. El muchacho comenzó a acercarse y sentí como la sangre subía a mis mejillas apresuradamente otorgándoles un color rosado intenso. Apartó la silla suavemente hacia atrás y se sentó tratando de no hacer ruido para no interrumpir la clase. Puso sus libros sobre la mesa y me dirigió una mirada curiosa. Yo estaba intentando con todas mis fuerzas mantener la fija vista en mi cuaderno, pero no pude evitarlo y le eché una mirada de reojo.

-Hola-dijo el muchacho dulcemente-creo que ya nos habíamos visto antes, ¿eres la chica del café verdad?-preguntó sin quitarme la mirada. Su tono de voz sonaba algo divertido, como si le causara alguna especie de gracia, que justamente se topara con la mal educada chica que rechazó su ayuda en el café después de aquel vergonzoso episodio provocado por mi torpeza.

- Si, lo soy-le respondí incómoda y bastante cortante, manteniendo mi mirada al frente en todo momento, exceptuando por las veces que le lanzaba miradas de reojo para comprobar si seguía observándome.

-Soy Tomás, Tomás De Martino-dijo dedicándome una amplia sonrisa que dejaba relucir su perfecta y brillante dentadura. Esto me descolocó un poco, pero supe mantenerme seria, sin soltar una estúpida risita nerviosa, de esas que las chicas sueltan cuando están frente del chico que les gusta y que las hace ver como descerebradas.

Me alivió un poco saber que no sería la única chica con un apellido fuera de lo común, pero esto no fue consuelo suficiente, ya que aún así estaba increíblemente nerviosa por su presencia, cosa que notaba en los acelerados latidos de mi corazón y la incesante sudoración de mis manos.

-Soy Danielle Dupont-dije por no dejarlo hablando solo, aunque sin mirarlo a los ojos-pero algunos de mis amigos me dicen Elle.

-Tienes un lindo nombre-agregó el en un tono increíblemente encantador y galante-creo que seremos compañeros de trabajo durante el resto del año-lo dijo como si le pareciera agradable la idea de compartir los proyectos de la clase conmigo a lo largo de todo un año.

-Creo que sí-dije haciendo una mueca de disgusto, aunque el chico no pareció notarlo, ya que siguió en actitud cordial.

-Que coincidencia esto de que seamos compañeros- dijo Tomás intentando crear un tema de conversación para llenar el vacío de silencio que se ­­había producido entre nosotros.

-Cierto- respondí mirándome las manos, como si pudiera encontrar en ellas la salida a esa incomoda situación o quizás simplemente buscando una excusa para no mirarlo a los ojos y perderme en su increíblemente fascinante color gris con un ligero matiz de azul.

Coincidencia, esto era de todo menos una coincidencia, el estúpido destino quería fastidiarme y no encontró mejor manera que esta para arruinarme la vida. Justamente poner al chico frente al cual pase una de las mayores vergüenzas, como mi compañero de clase y para mejor mi pareja de trabajo durante todo el año. Esto no me podía estar pasando. Qué le había hecho yo al destino para que quisiera fastidiarme de esa manera?

El señor Díaz comenzó a dictar su clase, y tuve al fin una excusa para no mirarlo sin ser descortés y mal educada. Traté de concentrarme, pero no lo logré. Cada cierto tiempo miraba a Tomás de reojo para comprobar lo que hacía, el solo prestaba atención a la clase y tomaba apuntes, así que intenté hacer lo mismo. El señor Díaz estaba hablando algo relacionado con la composición de música, pero no pude prestarle real atención, no con Tomás a solo unos centímetro de mí. Los minutos que quedaban se me hicieron eternos, hasta que por fin sonó el timbre. Me estaba levantando de mi asiento, cuando Tomás habló.

-¿Y qué día nos juntaremos?-preguntó mientras recogía sus libros y se disponía a salir del salón.

No entendía de lo que estaba hablando. Era como si estuviera hablando en otro idioma, ¿por qué habría yo de juntarme con el? Lo miré extrañada y confundida.

-¿Perdón?- le dije sin comprender aún a lo que se refería.

-El trabajo de música-dijo moviendo sus manos, lo que me distrajo un poco. Sus manos eran muy elegantes, tenía dedos largos, excelentes para la música.

-Ah, sí claro lo de música-dije tratando de cubrir mi falta de atención en clases-¿me explicas bien de que se trata?-dije intentando sonar coherente. Su presencia me turbaba de tal manera que las palabras parecían perder sentido.

Se río, dejando ver su increíblemente blanca dentadura, haciéndome perder la concentración. Sacudí ligeramente la cabeza para recuperarla y volver a poner atención en la explicación que iba a darme.

-Claro-respondió a mi petición-debemos componer una canción para la próxima semana y presentarla ante la clase-me explicó cortezmente.

-Oh, ya veo- agregué.

-Así que… ¿tu casa o la mía?- dijo mientras comenzaba a caminar hacia la salida del salón.

Lo seguí, pero siempre manteniendo la distancia. Tenía que evitar todo contacto con Tomás para lograr hacer desaparecer esa extraña sensación que parecía estar naciendo en mi interior, pero si era inevitable estar cerca de él, y no había nada que pudiera hacer para mantenerme alejada, prefería estar en un ambiente controlado por mí, donde nada pudiera sorprenderme o tomarme con la guardia baja.

-El jueves en mi casa-repliqué. Procurando mantener un tono de voz seguro y parejo, pero al mismo tiempo casual.

Nos detuvimos en la puerta del salón y me apoyé sobre una de las mesas para no perder el equilibrio, ya que mis rodillas perdían fuerza cuando Tomás estaba cerca y no quería volver a tener otro incidente vergonzoso como el del fin de semana.

-Entonces supongo que el jueves nos vemos después de clases en la puerta de la cafetería ¿te parece?-dijo mientras buscaba mi mirada con la suya, esperando una respuesta.

-Se... seguro-tartamudee.

Cometí el error de mirarlo a los ojos. La mano que tenía puesta encima de la mesa en forma de apoyo resbaló y estuve apunto de azotarme contra el suelo, pero Tomás alcanzó a atraparme poniendo su brazo alrededor de mi cintura. Su rostro estaba tan cerca, demasiado, tanto que nuestras narices casi se rozaban. Tenía que alejarme rápido, sin embargo no podía, quería quedarme así, en su cercanía. Nuestras miradas se encontraban juntas y no había nada que pudiera separarlas. Recorrí su rostro con mis ojos y me detuve en sus labios, los deseaba, deseaba su contacto, quería tenerlos cerca, presionando contra los míos. Cerré los ojos y me incorporé, alejándome rápidamente de él.

-¿Estás bien?-dijo realmente preocupado y con la respiración agitada.

-Si, gracias Tomás-pronunciar su nombre me hizo sentir de manera extraña, como si una corriente eléctrica recorriera cada fibra de mí ser.

Mordí mi labio inferior por los nervios. Di la media vuelta y me marché sin despedirme.

Fui al baño antes de que sonara el timbre para la siguiente clase. Abrí la puerta, solo había un par de chicas. Abrí la llave del agua y me mojé el rostro, para pasar la vergüenza. Creo que la gente podía notar en mi cara lo perturbada que estaba, ya que las chicas me miraban de un modo extraño. Me miré nuevamente en el espejo y lo vi, tenía los ojos sumamente abiertos y mis facciones estaban tensas como si estuviera en estado de shock. Inspiré profundamente y me relajé. Mi plan de no ir a los lugares donde pudiera encontrármelo era un fracaso, pero igualmente debía hacer algo para evitar que se acercara a mí, tanto como lo había hecho hace unos momentos.

El timbre sonó y las chicas salieron rápidamente del baño, me miré una última vez en el espejo y me comencé a hablarme a mí misma.

-Tu puedes-me dije-no dejes que uno estúpido chico te cambie la vida-intenté sonar lo más segura y determinada posible. Tomás no podía hacerme actuar así, yo no era así, yo era mejor que eso.

Abrí la puerta y me dirigí a la clase de historia. Clarice me guardaba un asiento junto al suyo, me hizo una seña para que me acercara.

-¿Estás bien?-me preguntó

-Si claro, ¿por qué lo preguntas?-le contesté confundida y un poco a la defensiva.

-No lo sé, parece que hubieras visto un fantasma o algo así-dijo divertida por mi expresión.

Le sonreí amablemente e intenté formular una respuesta que sonara convincente.

-Estoy un poco cansada, eso es todo- mentí para ocultar la realidad de lo que acababa de ocurrir entre Tomás y yo.

No quería comentar con nadie lo que fuera que me estaba ocurriendo, ni siquiera con mi mejor amiga. Me sentía algo avergonzada de mis reacciones y no quería que nadie lo supiera. No es que le tuviera poca confianza a Clarice, sabía que ella lo tomaría de la mejor manera e intentaría aconsejarme, pero no estaba preparada para revelarle mi secreto a nadie por el momento

-Pero dime, ¿qué es lo tanto que tenías que contarme?-dije cambiando rápidamente de tema.

La profesora de historia se estaba tardando, así que todos los chicos de la clase aprovecharon el tiempo extra para ponerse al día. Las chicas conversaban mayoritariamente de sus vacaciones y los lugares que habían visitado, en cambio los chicos hablaban de las fiestas a las que habían asistido y de las muchachas que habían conquistado.

-Recuerdas que te dije que Josh y yo saldríamos de vacaciones con sus padres este verano, bueno lo hicimos, y fue fantástico, fuimos a la playa y al parque de diversiones. Visitamos muchísimos lugares y no tuve ningún problema con la familia de Josh, ellos sabían que él estaba enamorado de mi hace ya un tiempo y lo único que querían era vernos juntos, así que todo fue de maravilla-dijo Clarice muy rápido casi tropezándose con las palabras y aún entusiasmada por todo lo que había hecho en el verano.

-Vaya, eso suena divertido-agregué con una sonrisa sincera.

-Pero eso no es de lo que quería hablarte, lo que pasa es que…-dijo agregándole suspenso a las últimas palabras. Su rostro parecía tener dudas acerca de lo que quería decir, como si no fuera correcto o dudara de mi confianza.

-Clarice tu sabes que puedes confiar en mí, puedes contarme lo que sea-musité tomando su mano para que comprendiera que yo era verdaderamente su amiga y que siempre estaría con ella.

-Lo sé, Elle, tu siempre has sabido entenderme-replicó con voz de ternura y agradecimiento.

-Bueno, entonces, que es lo que querías decirme?-pregunté con muchísima curiosidad, acercándome a ella para ser partícipe de su secreto.

-Bueno Josh y yo, dimos un paso más allá en nuestra relación-dijo mirando al suelo.

-¿Acaso ustedes durmieron juntos?-dije casi en susurros, como si lo que estuviera diciendo fuera un tema prohibido.

-No, claro que no, al menos no aún-dijo con las mejillas al rojo vivo.

-¿Aún?-le pregunté frunciendo el ceño.

-Bueno, cuando me refiero a que avanzamos, hablo de que llegamos a tercera base-dijo bajando la mirada nuevamente con un aspecto ligeramente avergonzado.

-Guau, eso es bastante-dije asintiendo-¿acaso piensan en avanzar más?-le pregunté un poco sonrojada también.

-Bueno, lo hemos discutido, pero esperaremos un poco más-dijo Clarice mordiéndose las uñas.

-Mira, yo sé que no tengo experiencia en esto, pero creo que deberías esperar, y si decides no hacerlo, bueno, entonces, lo único que puedo decirte es que tomes precauciones-le dije en un tono un tanto maternal.

-Lo sé, gracias- dijo dedicándome una pequeña sonrisa-y gracias por escucharme, necesitaba hablar con alguien al respecto-dijo ampliando su sonrisa aún más.

-Cuando quieras, para eso están las amigas-le dije respondiendo su sonrisa. Aunque sonara como un cliché era verdad. Clarice era mi amiga y no la iba a dejar de apoyar bajo ninguna circunstancia, pero aun así me preocupaba e intentaba manifestarle siempre mi opinión y darle mi consejo, el que la mayor parte del tiempo ponía en práctica, ya que mi amiga siempre decía que a pesar de pasar la mayor del tiempo sola, tenía una madurez y una sabiduría exagerada para mi edad. Yo no lo consideraba de esa manera, pero quizás tenía razón, el hecho de no tener a mi madre conmigo y tener a mi padre fuera de la ciudad casi todo el tiempo, me hacían tener una perspectiva distinta de las cosas, y si eso era considerado madurez, quizás yo era una persona madura.

Su expresión cambió de agradecimiento a ternura y estiró sus brazos para rodearme con ellos. Le respondí el gesto.

La secretaria de la escuela entró y anunció que la profesora no podría llegar debido a un problema personal, pero que había dejado de tarea la lección 2 del libro de historia y que ella vendría a retirarla al final de la clase.

Abrí el libro y comencé a trabajar, pero me era muy difícil concentrarme, solo podía pensar en Tomás y lo cerca que había estado de él.

Terminé la tarea y cerré el libro, saqué mi reproductor de música, y le subí el volumen, para aislarme del resto de la clase.

Sentí cuando Clarice me tocó el hombro y me quité los audífonos.

-Sonó el timbre-dijo mi amiga.

Le sonreí y me levanté del asiento para entregar la tarea.

-¿Estás segura que estás bien?-me preguntó preocupada.

-Si, por supuesto-dije dudosa. No importaba cuanto insistiera, no le revelaría a nadie mi secreto.

El resto del día se pasó volando, estaba tan sumergida en mis pensamientos que no noté lo rápido que pasaron las horas.

Caminé rápidamente hacia mi vehículo y me monté en él, de manera de poder llegar rápido a casa. Conduje velozmente a través de las calles de la ciudad, hasta llegar a la gran casa de color blanca, que llamaba hogar.

-Hola Lila-dije al entrar.

-Hola cariño, ¿cómo ha estado tu día?- preguntó la amable mujer.

-Bien, gracias-mentí descaradamente.

Subí a mi habitación y puse el bolso sobre el escritorio.

Me tendí sobre la cama y me quedé unos minutos así tratando de examinar la situación, tratando de separarlas en hechos y no emociones, tratando de negarme a mi misma lo que estaba pasando.

Saqué las cosas del bolso para hacer la tarea, la que no me tomó mucho tiempo. Cuando hube terminado tomé a guitarra y comencé a mover mis dedos, tocando una melodía que jamás había escuchado antes. Me sentía inspirada, tomé un lápiz y escribí la música para no olvidarla.

-Cariño baja- escuché a Lila decir desde la planta aja.

Hice caso y descendí rápidamente por las escaleras. Me dirigí hacia la cocina que era donde usualmente solía estar.

-Dime Lila-le dije con la respiración un poco entrecortada por la carrera desde mi habitación hasta la cocina.

-Es hora de cenar cariño, preparé carne a la cacerola con arroz, como a ti te gusta-dijo mientras servía los platos-siéntate-me ordenó de manera amable.

Me senté en la barra de la cocina y esperé mientras servía. Se sentó frente a mí y abrió la boca para hablar.

-Sírvete- replicó mientras tomaba el tenedor.

Tomé el tenedor y me llevé un bocado a la boca.

-¿Puedo hacerte una pregunta, Lila?- dije moviendo el tenedor en el aire.

-Por supuesto cariño, las que quieras-dijo dedicándome una sonrisa que me inspiró confianza.

-Mira, veras, tengo una amiga-mentí. No importaba cuanta confianza me inspirara la sonrisa de Lila, no estaba lista para revelarle a nadie mi situación-ella conoció a un chico muy guapo y bastante agradable, pero este chico la hace sentir extraña, como si las rodillas le temblaran, su corazón se acelera y se paraliza, le cuesta respirar cuando esta cerca y cuando la ira se pone toda colorada, el problema s que mi amiga no está segura de lo que le está pasando, ¿Qué crees tu que sea?- le pregunté mientras torcía mi boca en una mueca.

-Bueno mi niña-dijo algo divertida-yo creo que tu amiga-hizo énfasis en la palabra amiga-está totalmente prendada de este muchacho, le gusta mucho y está al borde de comenzar a enamorarse-dijo son gran sabiduría.

-Eso era lo que me temía-dije en un murmullo solo audible para mi. Tenía una cierta idea de lo que me estaba pasando, pero me negaba a aceptarlo, sin embargo al escucharlo de los labios de Lila, todo se hizo más real.

Tomás me gustaba, más de lo que cualquier chico lo había hecho antes, más que un capricho adolescente, estaba a punto de enamorarme de él, y tenía que evitarlo a toda costa.

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