Capítulo IV: El primer día

La oscuridad me tenía atrapada, sus manos me sujetaban con fuerza y no me dejaban ir. De repente una luz comenzó a acercarse a mí, y de pronto todo se volvió muy claro, pero la oscuridad aún se negaba a dejarme escapar. De la brillante luz apareció una mano, y la tomé sin dudarlo. La mano me tiró con fuerza hacia el resplandor, ganándole a la oscuridad aterradora que me envolvía. Mis ojos estaban cerrados, tenía miedo. De pronto la figura salvadora, me rodeo con sus brazos haciéndome sentir segura. Abrí los ojos para ver el rostro de mi ángel salvador, unos hermosos ojos grises me detuvieron la respiración. El rostro angelical comenzó a acercarse más y más, tan cerca que podía oír su respiración, y entonces el ángel comenzó a desvanecerse.
-No- grité, mientras intentaba a buscar la figura angelical a mí alrededor.
Puse mi mano derecha en mi frente y la izquierda en mi pecho. Mi frente estaba empapada en sudor y a través de mi pecho podía sentir mi corazón desbocado. Había sido un sueño, solo un sueño, un estúpido truco de mi inconsciente para molestarme, solo era eso, solo un sueño.
El reloj marcaba las 4:39 de la mañana, el despertador sonaría en algo más de una hora, pero después de ese sueño me sería imposible volver a dormir.
Me levanté y caminé hacia el baño arrastrando mis pies de manera sonora. Busqué en la oscuridad el interruptor y presioné. La luz me golpeó en la cara y me hizo hacer una mueca debido al cambio repentino de la oscuridad a la claridad, de a poco mis ojos comenzaron a acostumbrarse y cuando lo hicieron ingresé al baño, me miré al espejo y vi las ojeras debajo de mis ojos, ya llevaba un par de días sin dormir bien y mi rostro tenía un aspecto horrible. Abrí el agua helada y me lavé la cara con ella para ver si así conseguía un mejor aspecto, a parte de tener los ojos más abiertos y mi cara se veía casi igual. Desenredé mis cabellos con los dedos para darle una mejor apariencia.
Hice la cama y me senté sobre ella, tenía tanto que pensar. Me era imposible ignorar lo que estaba sucediendo, mi mente no dejaba de divagar entre las imágenes de mi sueño y los recuerdos del chico en la cafetería, sus ojos penetrantes y cautivadores, el leve roce entre su mano y mi codo, su sonrisa que me derretía el corazón.
-Detente ya- me dije- tienes que dejar de pensar en él-decía mientras me fregaba las sienes con los dedos-Para, por favor, para-dije con un dejo de sufrimiento en la voz.
A donde quisiera que se dirigieran mis pensamientos terminaban en él y sus ojos. Suspiré de manera sonora. Todo estaría bien si no lo volvía a ver, eso era lo que debía hacer. Hice un plan, no visitaría más esa cafetería ni frecuentaría las calles aledañas a ella. No podía ser tan difícil, vivía en una ciudad grande, quizás nunca más volvería a topármelo, quizás el chico no era de aquí y solo estaba de paso, yo nunca lo había visto antes, si probablemente estaba de visita en la ciudad, y si no era así, volví a desesperarme.
-No- me repetía a mi misma en voz alta-si evitas esos lugares estarás bien-intenté convencerme de esto aunque mi voz no sonaba segura-además si es que vive en la ciudad las posibilidades de volver a verlo eran casi nulas-algo de nostalgia recorrió mis pensamientos.
Me puse de pie y me dirigí a la estantería, quería leer algo, pero no el libro que estaba en mi mesa de noche, no quería algo que me sorprendiera, quería algo de lo que supiera el final, algo familiar, algo que me reconfortara, algo que me recordara la persona que solía ser antes del incidente de la cafetería.
Tomé una compilación de cuentos de Poe, busqué entre las páginas y seleccioné El corazón delator, esta clase de relatos no tenían nada de amor, era perfecto.
El relato me distrajo, me gustaban las historias de terror, especialmente las de Poe tenían algo que te hacía adentrarte en la historia, algo cautivador.
Pasé varios cuentos y de pronto sonó el despertador, el que me hizo dar un salto por el susto, no era una buena idea leer relatos de terror y dejar la alarma encendida. Eran las 6:10, hora de levantarse, o más bien de tomar una ducha en mi caso.
Dejé el libro a un lado y no me importó marcar las páginas, probablemente no seguiría leyéndolo, solo lo utilizaba para distraerme. Caminé hacia el baño y abrí el agua caliente de la ducha, me quité el pijama y lo puse sobre el la tapa del retrete, me metí bajo la regadera, el agua me quemó la piel, así que la regulé un poco para adecuarla a mi temperatura corporal. Dejé el agua correr sobre mí más tiempo del necesario, era relajante sentir las gotas deslizarse por mi piel desnuda, recorrer mi cuerpo con delicadeza y darme un tibio abrazo.
Cerré el agua, no quería llegar atrasada el primer día de clases de este nuevo año escolar. Salí de la ducha y me envolví en la toalla, la fregué contra mi cuerpo para secarlo y luego envolví mi cabellera con ella.
Me amarré la bata por la cintura y salí descalza del baño para encontrar algo que ponerme, me puse una camiseta de tirantes negra y tomé un sweater rojo con gorro y un gran escote que dejaba ver la camiseta negra, tomé unos jeans oscuro y me los calcé. Aún descalza volví al baño y me desenvolví la toalla para secar mi cabello. Cuando estuve lista me puse zapatillas y bajé para desayunar. Cogí un bol, cereales y leche, y me los tragué en algo así como 5 minutos. Subí a mi habitación y puse unos cuadernos y lápices en un bolso café que había dejado afuera para llevar a la escuela. Fui a abrir las cortinas para que la habitación quedara lista y algo me sorprendió por el horizonte.
-El sol-grité entusiasmada. El sol estaba saliendo por entre las montañas y en el cielo no había ninguna nube que pudiera opacarlo. Esto era fantástico, por fin algo bueno en estos días, por fin una señal positiva. Me sentía animada, las cosas saldrían bien, todo mejoraría.
Miré el reloj, eran las 7:32. Debía salir pronto o llegaría tarde a clases. Bajé las escaleras casi corriendo y tomé las llaves que estaban en la mesa, junto la entrada. Salí por la puerta de la cocina y le eché el cerrojo por fuera. Utilizaba mi auto muy pocas veces, me gustaba manejar, pero a mi papá le parecía un poco inseguro, así que solo lo utilizaba cuando el no estaba vigilándome o estaba de viaje, como en esta oportunidad. Mi auto era un mini Cooper color marengo, bastante ostentoso, pero era de los pocos lujos que me daba, me gustaban los autos, algo no muy usual para una chica, pero yo no era muy usual que digamos tampoco. Me monté en el coche y manejé rápido hacia la escuela, otra de las razones por las que a mi padre no le gustaba que manejara, me molestaba la lentitud, por lo que siempre manejaba al límite de velocidad y a veces por sobre él, era algo irresponsable de mi parte, pero yo era una persona muy impaciente.
Llegué a la escuela en 20 minutos, estacioné el auto en el aparcamiento. Aún no había llegado mucha gente así que busqué entre los discos que tenía en la guantera y seleccioné uno, era el último de una banda llamada Kings of Leon, lo puse en la radio y le subí el volumen lo bastante alto como para quedar aislada de todo lo que pasaba a mi alrededor. Yo era de esas personas que creía que si la música no sonaba alto, no se podía disfrutar realmente.
Apoyé mi cabeza en el asiento, cerré los ojos, acomodé mis manos sobre mi regazo y comencé a golpear mi pie contra el suelo del vehículo para seguir el ritmo. Un golpe en la ventana hizo que me sobresaltara. Las personas afuera de la ventana soltaron una risa al unísono, reconocía ese sonido, me era tan familiar.
-Angélica, Cristián-dije mientras bajaba la ventanilla del vehículo-no saben como me alegro de verlos-dije esbozando una sonrisa y entrecerrando los ojos.
-Vaya chica, te ves terrible-dijo Cristián, mientras Angélica le daba un codazo.
-Lo sé-dije haciendo un puchero con mis labios-no he dormido muy bien.
-Pero abre la puerta-exclamó Angélica-no puedo abrazarte a través de la ventanilla-dijo mientras abría los brazos para mí.
Apagué el radio y me bajé. Angélica puso sus brazos alrededor mi cuerpo y yo hice lo mismo.
-Te extrañé mucho-murmuró en mi oído.
-Yo también te extrañé- dije cariñosamente.
-¿Y el mío?- dijo Cristián en forma juguetona.
-Aquí está- le dije y me abalancé sobre él para darle un fuerte abrazo. El chico respondió apretándome aún más fuerte.
-Eso duele-dije con la voz un tanto ahogada.
-Lo siento-dijo Cristián mientras se rascaba detrás de la cabeza-a veces no controlo mi fuerza.
-Ya lo creo-le dije fregándome el brazo-cuanto has crecido muchacho, si sigues así tendré que subirme a una escalera para mirarte a la cara.
Puso los ojos en blanco y contestó-no te preocupes, yo me agacharé pequeña-añadió una sonrisita burlona a su comentario. Esbocé una sonrisa también.
Puse la alarma al auto y caminé junto a ellos al edificio principal.
-Tengo mucho que contarte- me susurró Angélica al oído. Le dediqué una mirada curiosa.
-Tranquila-dijo guiñando un ojo-en clase de historia te cuento.
Llegamos al edificio blanco y nos paramos afuera. Los chicos se tomaron las manos y se dieron un beso, miré hacia un lado sintiéndome un tanto incómoda.
Cristián se fue en dirección al edificio norte y Angélica y yo caminamos hacia clases. Dejé a Angélica afuera de la sala de Matemáticas y yo me dirigí hacia mi clase de música. Me senté en el tercer banco de la fila del centro, algunos chicos ya estaban sentados, pero el timbre no sonaba aún. Música era una de mis clases favoritas, pero no disfrutaba la primera clase del año ya que era el día en que teníamos que elegir una pareja de trabajo, la que nos acompañaría el resto del año, siempre quedaba sin pareja ya que el número de chicos era impar. No me molestaba trabajar sola, pero me sentía algo mal cuando todos los chicos elegían a alguien y yo siempre quedaba última.
El timbre sonó y los chicos empezaron a entrar. Solo escuché el portazo que dio mientras el señor Díaz cerraba la puerta. Saqué un cuaderno y comencé a hacer dibujos al azar mientras el señor Díaz pasaba pedía que hicieran parejas, quedé sola, como siempre. Seguí dibujando mientras el señor Díaz pasaba la lista. Escuché la puerta del salón abrirse, pero no le presté atención, estaba demasiado concentrada en mis pensamientos. Los chicos comenzaron a murmurar y de pronto el señor Díaz anunció que un compañero nuevo trasladado desde otra ciudad se integraría a la clase.
-Preséntate-dijo el señor Díaz
Mi lápiz rodó por la mesa y me agaché para alcanzarlo.
-Hola, mi nombre es Tomás, y soy nuevo en la ciudad- dijo el muchacho.
Tenía el lápiz entre los dedos, pero aún estaba agachada. Mi corazón se detuvo al escuchar esa voz familiar. Me levanté rapidamente y golpee mi cabeza contra el banco, me enderecé para comprobar mis sospechas.
Miré hacia el frente y lo vi.
-Esto no puede estar pasando-dije en voz baja.
El señor Díaz le indicó el asiento junto al mío. El chico miró la silla vacía y luego me miró dedicándome una sonrisa juguetona que detuvo mi respiración.

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