Huir


HuirDe pronto se encontró a ella misma caminando entre la gente por esas calles abarrotadas por la muchedumbre, tan llenas, y tan vacías a la vez.
Huir era lo que mejor sabia hacer, un talento tan arraigado que parecía parte de todo lo que en esencia era, tanto así que a veces ya no se daba cuenta cuando lo estaba haciendo otra vez.
No miraba hacia adelante, no importaba la dirección, ni el punto de llegada, lo importante era alejarse con rapidez del punto de partida, nada más.
Sus zapatillas roñosas le sonreían mientras admiraba sus pasos, sus viejas compañeras jamás le habían fallado.
La música acompañaba su andar, esas típicas canciones que los adolescentes escuchan en sus momentos oscuros, llenaban los rincones de su mente. Otra manera más de aislarse del mundo.
No es que no tuviera donde ir, nadie que le diera un consejo, un poco de apoyo, alguien que secara sus lagrimas. La realidad estaba en que estaba cansada de la lastima de los demás, ni tampoco quería seguir cargando a los demás con sus problemas, aunque eso la liberara un poco.
Era fácil cerrar la puerta de su hermano pequeño y pedirle que le subiera el volumen a la tele. Entre tanta inocencia, no era participe en lo absoluto de la realidad a su alrededor.
Para ella no era tan fácil, los años de su infancia ya estaban en el pasado, y ya era capaz de notar todas las mentiras en las que vivía, los gritos, los llantos, hasta los golpes.
No tenía muchas maneras de solucionarlo, estaba enfrentar las cosas, pero en realidad no era lo suficientemente fuerte para ello, la otra opción era correr y encerrarse en sí misma, la opción que había optado y que hace mucho la acompañaba y que llenaba sus días.
Lo peor era que nadie podía realmente comprenderla, o al menos así se sentía. Quizás si hubiera alguien, un alma que compartiera su dolor, alguien que le brindara un abrazo silencioso, sin aconsejarla, sin cuestionarla, solo un abrazo, era demasiado pedir?
Las calles estaban ahora realmente vacías, como ella. Una banca le guiñó un ojo para que se acercara. Se sentía tan fría. Levantó la mirada en dirección el horizonte, el sol bostezaba dejando entre ver rayos de sol que llenaban el cielo de matices rosas y naranjos. Las primeras estrellas comenzaban a asomar en el azulado cielo que cubría su cabeza.
Se acomodó recostada de lado en la banca y cerró los ojos, deseando que al abrirlos, hubiera sido solo una muy larga pesadilla.


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