Capítulo III: Hipnotizada


Nuestras miradas se cruzaron por unos cuantos segundos, aunque estos me parecieron eternos. Quería bajar la vista o mirar hacia otra parte, pero había algo en sus ojos que me mantenían fija en el, como una especie de fuerza magnética. Mi cuerpo se tensó completamente, sentí como los músculos se me endurecían y mis palmas comenzaban a sudar. Tragué saliva sonoramente y moví las manos ligeramente intentando liberarlas del hechizo causado por el nerviosismo extremo que me causaba el chico que me sostenía con la mirada.
El chico era muy lindo, nada que ver con mis compañeros de clases, rubios, fortachones y excesivamente bronceado, claro a muchas chicas podían interesarle esa clase de chicos, pero esa definitivamente no era yo. Este chico tenía el cabello negro como la noche, azabache para ser más exacta, era alto, algo más de un metro ochenta y cinco, y tenía un cuerpo atlético, pero delgado, su piel era blanca y perfecta, y sus ojos eran grandes y de un llamativo y brillante color gris con un ligero tono azulado, eran cautivadores, fascinantes, maravillosos. Sus facciones eran suaves, pero varoniles, una mandíbula fuerte y una nariz perfecta, como de estrella de cine. Parecía una estatua perfecta, digna de la antigua Grecia, digno de ser envidiado por algunos de los más hermosos dioses del Olimpo. Podría haberlo mirado por horas, observando cada detalle de su perfecto rostro, recorriendo con mi mirada sus masculinas formas que me hacían cosquillas en el estomago.
El muchacho sonrío en mi dirección y sentí como el corazón se me salía por la boca, abrí los ojos como platos y quité la mirada rápidamente. Noté como mis rodillas temblaban ligeramente y mis tobillos se debilitaban. Creo que debe haber visto mi reacción de sorpresa, ya que soltó una pequeña carcajada, eso me molestó un poco, el no tenía derecho a reírse de mí.
 Levanté una mano para tocarme la cara, estaba hirviendo por la vergüenza lo que aumentó mucho más mi ira. Quien era el para hacerme sentir de esta manera tan incomprensible, yo jamás había actuado así. Miré hacia al suelo y mantuve la mirada así hasta que fue mi turno. Estaba sumamente molesta, pero más que con el muchacho, conmigo misma, es que acaso no tenía ningún tipo de poder sobre mí misma, que no podía controlarme en situación como esta, es decir, trataba con chicos a diario, y algunos que la mayoría consideraría guapísimos, pero en ninguna de esas oportunidades me había comportado ni sentido de esa manera. Que estaba mal conmigo misma?

-¿Que desea?- preguntó el vendedor distrayéndome de la dirección de mis pensamientos y de las muchísimas preguntas que tenía que hacerme a mí misma.
-Mocaccino sin azúcar, por favor- Le entregué un billete y le dije que se quedara con el cambio, no iba a esperar que el chico de la caja buscara el vuelto, tenía que irme pronto de ahí, lo mas pronto que mis piernas me lo permitieran. Di la vuelta y para mi sorpresa el chico estaba sentado en una de las mesas que estaba en mi camino, justamente una de las mesas por la que tenía que pasar para llegar a la salida.
-Genial- dije en voz baja, de manera que solo fuera audible para mí. Inspiré profundo y clavé la mirada fija en la puerta para no tener que mirar sus ojos otra vez, no permitiría que su mirada me cautivara y me hiciera sentir hipnotizada, y porque no decirlo, idiotizada otra vez.

Comencé a caminar con la cabeza en alto evitando totalmente desviar mis ojos hacia el muchacho, manteniendo la vista fija en las campanillas unidas por cintas verdes de la puerta de vidrio, que anunciaban la entrada o la salida de un cliente.
 Mientras más me acercaba a la mesa donde se encontraba el chico de los ojos grises, más inestable me sentía, nunca había tenido problemas de equilibrio, pero cuando me aproximaba en su dirección sentía como las rodillas comenzaban a flaquearme y una extraña corriente invadía mi cuerpo. Solo faltaban un par de pasos para pasarlo, solo un par, me repetía a mi misma. Suspiré aliviadamente cuando logré pasar su figura atlética, cerré los ojos de manera involuntaria. Cuando abrí los ojos ya era demasiado tarde mi pie ya se había enredado en una silla mal puesta en el camino, caí al suelo golpeándome los codos y las rodillas, y arrojando el café por el aire.

-Auch- exclamé mientras intentaba pararme dificultosamente.
-¿Estás bien?- preguntó el chico que tanto había tratado de evitar y por el cual me había distraído y hecho el ridículo frente a todos quienes estaban en la cafetería.

 Sentí el contacto de su mano con mi codo mientras me ayudaba a ponerme de pie, pude sentir como la sangre subió directamente a mis mejillas, poniéndolas aun mas roja de lo que ya estaban.

-Si – dije de manera cortante mientras me apartaba de su cuerpo en un movimiento brusco.

El café estaba derramado por el suelo y algunas cosas de mi morral estaban tiradas.

-Lo siento mucho- le dije al muchacho que atendía la cafetería.
-No importa- dijo suspirando. Estaba claro que si le importaba, ya que el tendría que limpiar el desastre que yo la muy idiota, había hecho.

Me agaché para recoger mis cosas, cuando de pronto me di cuenta que el chico de los ojos grises estaba en el suelo también, para ayudarme.

-Toma-dijo extendiéndome mi billetera.
-Gracias- dije, y tiré la billetera de manera brusca, con cuidado de no tocar su pie. La metí en mi bolso y me puse de pie en un movimiento rápido que me dejó mareada, lo que provocó que me desequilibrara un poco.
-Cuidado-dijo el muchacho con una sonrisa un tanto burlona y estirando los brazos de manera involuntaria para contenerme.


Lo miré con una furia intensa, y di un paso hacia atrás para que no me tocara.

-Lo siento- replicó, bajando la mirada con cara de ofendido.

Una extraña sensación me revolvió el estómago cuando vi que había herido sus sentimientos. No quería que se sintiera así, y menos por mi culpa.

-Yo… mira… no…- No podía formar palabras coherentes. El chico me miró intensamente otra vez. Me quedé congelada un momento. Cuando me recuperé, solté un bufido de frustración, di la vuelta y me marché rápidamente sin decir más nada.
 Me detuve afuera de la cafetería sin saber hacia dónde ir. Caminé hacia la derecha sin tener rumbo fijo y doble en la esquina. Saqué mi celular y marqué un número.

-Taxis Lucius- contestó la voz femenina al otro lado de la línea-¿en qué puedo ayudarle?- añadió.

No sabía muy bien donde me encontraba. Vivía en esa ciudad hace ya muchos años, pero no solía salir mucho. Los únicos lugares que visitaba eran la tienda de música, la librería, algunos cafés. Y de vez en cuando el cine cuando Clarice y Josh, mis amigos, me invitaban.

-Ncesito un taxi, me encuentro en la librería Longshire-mentí, pero era mejor devolverme a la librería que admitir que no sabía dónde me encontraba.

-Por supuesto señorita, ¿Cuál es su nombre?-constó la mujer de forma inmediata.
-Josefina Dupont-agegué.
-Muy bien Srta. Dupont, su taxi estará allí en quince minutos-por el cambio en el tono de su voz, supe que reconoció el apellido de inmediato. Yo pertenecía a una de las familias más importantes de la ciudad, mi padre era parte de la junta directiva de un banco internacional y teníamos bastante dinero, además el apellido Dupont no era muy común, mi padre lo había heredado de mi abuelo Jacques Dupont que era francés, y yo lo había heredado de el. No había nadie más en la ciudad con ese apellido.

Presioné el botón para colgar y guarde el celular de vuelta en el morral. Quince minutos, eso me daba tiempo suficiente para llegar a la librería. Me devolví por donde había caminado antes, doble en la esquinas y seguí derecho, a lo lejos divisé la cafetería no quería pasar por allí otra vez, el chico de los ojos grises probablemente estaría allí y no deseaba topármelo de nuevo.
-No seas cobarde-me dije a mí misma-es solo un chico, como cualquier otro-intenté convencerme de esas palabras-no tienes nada de que preocuparte-estaba determinada a pasar por allí e ignorarlo totalmente.
Pasé por fuera de la cafetería y mi determinación se hizo añicos. Miré involuntariamente buscando su rostro entre los clientes, pero él ya no estaba allí. Por alguna extraña razón me sentí decepcionada. Lo que me hizo sentir muy extraña. Yo jamás me había sentido de esa manera y menos por un total desconocido. Suspiré e intenté no pensar en ello.
Llegué  a la librería en algo más de 10 minutos y esperé por el taxi. Miré el reloj, eran las 2:48. Levanté la vista y vi el taxi venir por el oeste. Alcé mi mano para llamar la atención del chofer. Se detuvo justo frente a mí. Me subí a la parte trasera del vehículo y cerré la puerta suavemente.

-¿A dónde desea ir, señorita Dupont?- preguntó el conductor mientras me miraba por el espejo retrovisor.
-Dominico con la avenida 10-contesté
-Muy bien Srta. Dupont- dijo estas palabras y puso en marcha el automóvil amarillo.

Dominico con la avenida 10 quedaba a unas cinco cuadras de mi casa, pero sentí que me haría bien caminar y tomar un poco de aire antes de llegar a casa.

Miré los árboles desparecer a un costado de la vía mientras el vehículo avanzaba por la avenida principal de la ciudad y luego tomaba otra calle para dirigirse hacia el sur. Cerré los ojos e inspiré profundamente tratando de olvidar el incidente de la cafetería, pero no tuve éxito. De pronto el chofer interrumpió el hilo de mis pensamientos.

-Hemos llegado-anunció el chofer.
-Muchas gracias- repliqué, poniendo en su mano un billete- quédese con el cambio- musité.
Esto… gracias-dijo el taxista sonriendo.

Me bajé del vehículo y empecé a caminar en dirección a casa. Intenté distraerme con cualquier cosa para no pensar en ese muchacho, pero de alguna manera u otra todos mis pensamientos volvían a él. Me resigné y deje de intentarlo. No tenía caso ignorar que ese muchacho me había afectado, ahora lo importante era averiguar por que.
Llegué a casa más rápido de lo esperado, subí a mi habitación, puse el morral y la bolsa sobre el escritorio, y me tendí sobre la cama un rato. Un sonido interrumpió mis pensamientos y me hizo reír, mi estómago se quejaba por la falta de comida. Había olvidado por completo que no había almorzado, si mi estómago no me lo hubiera dicho, o más bien, reclamado. Bajé las escaleras en dirección a la cocina, me preparé un sándwich de queso y jamón, y lo comí sentada en uno de los taburetes dispuestos a lo largo de la barra que usábamos como comedor de diario.
Después de haber terminado mi aperitivo me dirigí a la sala de estar para ver una película, necesitaba que las horas pasaran rápido y esa era la mejor manera. Seleccioné una de las muchas películas que estaban en la estantería de la sala, la puse en el reproductor de Dvd y encendí el televisor. La pantalla se puso azul, busqué el botón de play y lo presioné. La película era una de mis favoritas, sentido y sensibilidad, había leído el libro y me encantaba la historia, en general me gustaban las historias en que el amor triunfaba a pesar de la adversidad, aunque consideraba que no eran muy realistas, había algo en ellas que me llamaba la atención, quizás la manera en que una mujer espera pacientemente por la atención de su amado, sufriendo por dentro mientras ve como le pertenece a otra o peor la ignoraba, quizás era la forma en que el amor nublaba el juicio y hacía perder la razón a los protagonistas, o simplemente la idea de que alguien tuviera un final feliz por muy ficticio que fuera.
Las horas pasaron volando mientras veía la película, cuando acabé de verla el sol ya se estaba poniendo y el cielo había adquirido un ligero matiz naranja que apenas se dejaba ver entre las nubes.
Subí a mi habitación y tomé uno de los libros que había comprado, la autora era Isabel Allende, no era uno de sus libros más conocidos, pero ya había leído algo de ella en el pasado y disfrutado de su obra.
Me senté en un sillón que estaba junto a la ventana más grande que había en mi habitación y encendí la lámpara, abrí el libro y comencé a leer. Después de más de una hora suspiré y cerré el libro, ya iba por la mitad, puse el marcador entre las hojas y lo puse sobre la mesita de noche, que es donde usualmente mantenía el libro que estaba leyendo.
Saqué el pijama de debajo de mi almohada y me lo puse, activé la alarma ya que debía ir a la escuela al día siguiente, apague la lámpara y me metí en la cama. Cerré los ojos intentando dormir, pero no lo conseguí, mis pensamientos estaban llenos de preguntas que no sabía como contestar. Me quedé mirando al techo largas horas como si las respuestas a mis interrogantes estuvieran en él, lo único que conseguía era pensar en los ojos grises del muchacho que había conocido en la cafetería.

-Basta- me dije en voz alta-es un chico cualquiera y probablemente no lo volverás a ver nunca más- la perspectiva de no tener que topármelo me hacía sentir aliviada, pero al mismo tiempo me disgustaba.

Miré la hora en el reloj, este marcaba las 3:49 de la mañana.

-Genial-murmuré en tono sarcástico, ahora me quedaban algo más de dos horas para dormir. Seguro tendría un aspecto horroroso por la mañana.
Me di la vuelta rogando poder conciliar el sueño.

1 comentarios:

Nathalie dijo...

y cuando se van a hacer pololos falta mucho?
yo ser impaciente!
naaaaaaati qe se qeden juntos!!!
me encanto los 3 capitulos escribes demasiado bien, esta muy bien redactado! :D

Publicar un comentario